Dada su geografía -cordillera de los Andes al este, desierto de Atacama en el norte, océano Pacífico al oeste y campos de hielo de la Patagonia en el sur-, Chile es una tierra benéfica para la viticultura gracias a sus variados climas y suelos existentes. Los caminos interiores entre este y oeste, permiten que se visualicen valles y ríos transversales, donde la brisa del mar penetra hacia el interior cada noche. Con esto, el clima mediterráneo de Chile, permite tener veranos secos y cálidos e inviernos fríos y lluviosos, que es ideal para la producción de vinos.
La interacción entre los efectos del mar y la cordillera de los Andes, es propicia en la estación de crecimiento de los viñedos que se deleitan en días soleados y temperaturas que tienen un baño espectacular cada noche, creando una amplia oscilación térmica diaria, que ayuda a las parras a desarrollar sabores frescos de la fruta, acidez, y en el caso de los vinos tintos, texturas maduras de color profundo.